gritó el silencio por un momento,
aulló el lobo en la lejanía,
donde el horizonte dorado ardía
entre tímidas claves de Sol
y acordes distraidos en busca de armonía.
Gritó, y no dijo nada...
gritó y se arrepintió.
Gritó y sonó el murmullo más ensordecedor,
el violín más descorazonador,
el sentimiento más abstruso,
la certeza mejor guardada,
la seguridad que provoca el no ser comprendido,
saber tu secreto el mejor guardado.
El haber cerrado puertas por doquier,
el encontrarse hoy en la jaula de cristal,
entre sombras y vaivenes,
le oprimía y a su vez,
le abría las puertas de la misma inmensidad.
Jamás alguien será y sentirá eso mismo en este momento, en este lugar, de esta manera, con estos colores, con esa angustia que me desborda. Esa angustia de pensar que la vida se me va. Una puerta que se cierra con toda seguridad en mí. Conmigo se cierra. Y en mí se abre lo que queda por venir.
Ni el sentimiento logra hacer del consuelo verdad, ni la razón logra hacer de la verdad consuelo; pero esta segunda, la razón, procediendo sobre la verdad misma, sobre el concepto mismo de la realidad, logra hundirse en un profundo escepticismo. Y en este abismo encuéntrase el escepticismo racional con la desesperación sentimental, y de este encuentro es de donde sale una base -terrible base- de consuelo.
Del sentimiento trágico de la vida. Unamuno.
Y al final todo lo sentido queda reducido a metáforas, metáforas...