Es sorprendente lo que a veces nos lleva la costumbre, el hábito de hacer algo de manera repetitiva, y lo paradójico es que no siempre necesitas eso que ya no está sino la sensación que te producía la presencia de ese algo, la manera en la que te sentías.
Y así es, al final acabas un domingo por la noche, tras haber realizado todo lo que debias en un supuesto falso no conectado en cierta cuenta que no deberías ni pisar, en la que de hecho no ganas mucho en torno a información si es eso lo que buscas, ya que solo ves su nombre o alguna frase sin cambiar desde hace un mes, pero allí estás, ya no sé si por esperanza de algún tipo de movimiento en la pantalla por fuerza infusa, casualidad... o simplemente porque parece que se acorta un milímetro la lejanía que os separa, y no me refiero a la distancia física. Es la curiosidad la que me puede, el querer saber donde está y qué hace, solo eso.
Y mientras la música suena, de vez en cuando un sonídito te hace sobresaltar un poco, pero solo un poco, porque no es, y sigues aquí escribiendo, perdiendo un poco el tiempo, y hoy no estoy mal, es un día... normal. Muy normal.
Un día de esos que como tú decías, me podrías despertar con un besico, sí, como la bella durmiente...
Y hablando de dormir, de sueño, ya tengo la cama abierta y las mantitas me miran de manera cómplice, tiernas y tentadoras, los ojos van cerrándose, la mirada va cayendo, y me retiro a soñar.
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